Baúl del sanador.
- Aloïa
- 19 feb 2020
- 1 Min. de lectura

Cuando era niña, me encantaba acompañar a mi padre al sanador.
Me recordaba a un oso con su imponente tamaño, sus enormes manos y su gran suavidad. Pensé que era tan amable. Soñé con un día poder, como él, ayudar a los demás. No aceptaba dinero, mi padre le ofreció, como participación,
una bolsa de trigo para alimentar a sus gallinas y también a veces un litro de gnole (agua de vida) porque lo usó para hacer las fricciones. Por mi parte admiraba los dibujos que los niños le ofrecían.
Pensé que era realmente un buen hombre
y sentí que estos dibujos valían más para él que el dinero. Sabiendo que me gustaban los baúles, un día me dio uno.
Un viejo baúl de madera lleno de experiencia, como los amo,
llevando en él la vida de los hombres a los que pertenecía,
especialmente en este caso, a él. Este baúl me siguió en todos mis movimientos.
Sin embargo, junto a mi cama durante 3 años, confieso que había olvidado su identidad hasta hace unos meses,
cuando me trajo de vuelta a mi pasado y especialmente en los pasos del sanador. Su mensaje me llega, despierta en mí la necesidad de dar sin retorno.
Ayuda a algunos que un día ayudarán a algunos otros... Es por eso que estoy estableciendo tarifas mínimas, para que quien quiera pueda dar más. Esto me permite ofrecer sesiones a aquellos que lo necesitan.
Sabiendo que estos últimos, tan pronto como puedan,
cuando hayan encontrado su forma de vida,
también participarán en este intercambio benévolo,
en este flujo de energía de compartir…
Comentarios